jueves, 7 de julio de 2016

La ciudad en la Sagrada Escritura

Dentro del horizonte bíblico no existieron nunca ciudades de la envergadura que conocemos en la actualidad. Sin embargo, es posible reconocer en la Biblia tensiones del fenómeno urbano que perviven hasta hoy: la experiencia del Pueblo de Dios narrada en ambos testamentos está a menudo determinada por el rápido cambio social asociado con el desarrollo, crecimiento y creciente preponderancia de los asentamientos humanos. Tanto en la dinámica del exilio, el retorno, la ocupación y colonización por parte de las potencias foráneas (culturas helénica y romana), como en los viajes de las primeras comunidades de discípulos de Cristo, se van explicitando distintos tipos de tensiones, encuentros y desencuentros con lo urbano. Tomaremos en este escrito solo algunos  de estos ejemplos, considerando especialmente lo planteado por Davey en su libro 'Cristianismo urbano y globalización' (1).

Si nos remontamos a los relatos de los orígenes, las referencias a las ciudades que se encuentran en los primeros capítulos del génesis nos muestran un tipo de ejercer el poder y la autoridad, radicado en la ciudad, en el que los antepasados del pueblo de Dios no tienen plena cabida, aun cuando son esenciales para su funcionamiento: esto en la relación con la corte de faraón (Gn 12) o con los asentamientos de la llanura (Gn 18) o evitando que los egipcios mueran de hambre (Gn 41).

The Tower of Babel. British Museum, London.
El relato de la edificación de una ciudad y una torre en Babel se usa para explicar en la confusión de las lenguas, y por tanto en la imposibilidad de ponerse de acuerdo para construir la ciudad, la razón de la dispersión por toda la tierra: la soberbia, el honor, el orgullo, el querer ser más que Dios, empujan hacia el desconcierto y la confusión (Gn 11, 1-9).

Más interesante, en tanto aparecen más tensiones ad-intra, es lo referido a la relación problemática de los profetas con las ciudades. En Ez 22, 27-29 se nos muestra como el profeta Ezequiel se refiere a la ciudad como un lugar donde no hay orden: donde la moralidad se rinde ante el instinto de supervivencia y donde se pierden las tradiciones y la identidad. En el libro del profeta Isaías se acude a la personificación de la ciudad como una mujer adúltera que por tal pecado merece ser condenada (Is 23, 15-17). Siguiendo con esa imagen, Jeremías tratará a la ciudad de Jerusalén como novia (2,2), esposa infiel (3,1) y prostituta (4,30).

Junto a esta visión pesimista y catastrófica, los profetas también hacen explícita una esperanza de que tal situación de corrupción de la ciudad puede ser superada y reparada: las ciudades pueden ser hogar para el exiliado y el forastero, y ser lugar donde se trata con justicia a los pobres y oprimidos. Los lugares físicos, la ciudad, posibilitan la esperanza cuando la comunidad que los habita promueve el arraigo, la pertenencia, la inclusión.

Las ciudades de Nínive y Babilonia, tal como nos la transmiten los relatos bíblicos (Jon 3,3; Jer 29,7), representan una novedad asombrosa para los exiliados y los profetas. Aunque aparentemente no hay una correlación exacta con lo que los vestigios arqueológicos permiten comprobar, dan cuenta de un modo de organización urbana muy diverso del que tenían en Israel: aunque en algunos pasajes se les reconozcan sus bondades, no pueden ser un hogar para los israelitas en exilio, hay situaciones que son imposibles de subsanar (Jer 51,8-9).

Progresivamente en la historia de Israel, un espacio central lo ocupará la ciudad de Jerusalén. Los demás asentamientos humanos no alcanzan a ser más que pueblos o caseríos. Jerusalén se convirtió con los años en el centro del poder económico, político y religioso. La debacle de la destrucción del Templo y de la ciudad es expresión de la corrupción moral de sus habitantes (Am.2, 5; Os.13-16; Mi.3, 9-12). Tras la vuelta del exilio el acento en la reconstrucción de la ciudad y templo en Jerusalén y el surgimiento de la única ley que recoge las tradiciones del pueblo son expresión del triunfo de una cierta elite urbana.

Avanzando hacia los escritos del Nuevo Testamento, la posición de Jesús respecto de la ciudad es iluminadora. Proveniente de Nazaret, aldea campesina de Galilea, todo indica que fue testigo de la creciente urbanización fruto de la dominación romana (Séforis, Tiberíades, Magdala). Probablemente José pasó buena parte de la infancia de Jesús trabajando en la construcción de algunos de esos centros urbanos. Esto se confirma al verificar como en su predicación Jesús toma numerosos ejemplos tanto de la vida agrícola como de la construcción.

Vincent van Gogh. El Buen Samaritano.
Otterlo, Kröller-Müller Museum.
Una especial atención merecen los romanos, los miembros de la familia de Herodes, los dueños de tierras y los sacerdotes que servían el Templo: todos ellos habitaban las ciudades, especialmente Jerusalén, y recibían por distintos medios una importante proporción de los recursos campesinos. La ritualidad para librarse de las impurezas, el pago de impuestos, y otras pesadas cargas que expresan una relación desigual entre los que viven en la ciudad y los campesinos están presentes en la predicación de Jesús: el nuevo orden llamado Reino de Dios que incluye el ofrecimiento de perdón y la condonación de deudas, el amor a Dios expresado en el amor al prójimo, etc. se contrapone al orden de opresión por parte de quienes dirigen política y religiosamente la ciudad y desde ahí todo el territorio. La parábola del Buen Samaritano (Lc.10, 25ss), pone como malos ejemplos a quienes van apurados al Templo y no se pueden detener a curar al que está botado al lado del camino por no contaminarse. 

Las sanaciones y milagros que Jesús realiza van dirigidos sobre todo a quienes están en los márgenes del sistema urbano-religioso: se trataría de crear en las periferias una comunidad que viva con otros criterios de los de la ciudad-Templo, donde no sea la utilidad - fruto de la bina producción-consumo- la que se imponga sobre el modo de relacionarse con las personas. En ese contexto el foco de atención de Jesús estará progresivamente puesto sobre Jerusalén y todo su sistema religioso-político: hacia allá debe caminar junto a sus discípulos. La persecución, juicio y ejecución a Jesús, con las acusaciones que se le hicieron para justificar su condena a muerte, dan cuenta de el escozor que su propuesta produjo en las autoridades cultuales y políticas.

Las primeras comunidades cristianas, radicadas sobre todo en las ciudades, contarán de nuevo la historia de Jesús en un nuevo contexto cosmopolita, y desarrollarán un modo de vivir que acoge la multiculturalidad. Serán reconocidas y recordadas por un tipo de Interdependencia en Solidaridad: poner en común lo que tienen, y dar a cada cual según su necesidad (cf. Hch 2, 41-42).

La imagen del Apocalipsis es elocuente respecto del proyecto de Dios para los seres humanos: el establecimiento de una nueva Jerusalén engalanada como una novia que se adorna para su esposo, que permite la existencia del Pueblo de Dios, y en donde Dios habita, acampando junto a su Pueblo: Dios mismo enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo habrá desaparecido (Ap. 21, 2-4). Es una visión que habla de un ideal, que invita a caminar, junto a otros, para hacer tal ideal posible, en tiempos de persecución en las ciudades bajo la dominación romana.

Las tensiones explicitadas en la Sagrada Escritura podemos reconocerlas presentes y pueden iluminar las tensiones que experimentamos hoy en nuestras ciudades. Ante la ciudad y su violencia y perversiones, los profetas denuncian con firmeza, a la vez que anuncian con esperanza. Jesús (y la articulación de su relato por parte de los primeros cristianos en contexto urbano) explicita la tensión rural-urbano, periferia-centro, autointerés-bien común, disgregación-comunidad, cerrazón endogámica-apertura a la multiculturalidad. Sus actos de curación sanan y reintegran al marginado por razones de salud-religiosas. La imagen escatológica de la ciudad de Dios donde no habrá ni llanto ni dolor anima a seguir viviendo en comunidad, en fidelidad a la buena noticia anunciada, aún en un contexto adverso y de persecuciones.

(Nota: Este posteo forma parte de un trabajo mayor que ha sido editado para el formato blog sin considerar acá todas las citas al pié de página con las referencias precisas que habrían hecho muy pesada su lectura. Si le interesa ese material, solicítelo via correo eectrónico).



Referencia

(1) DAVEY, A., Cristianismo urbano y globalización, Presencia Teológica n. 128, Santander 2003.


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